Entre azahares y romeros en flor, te busco
fálicamente penetro la puerta de la carne,
la lasciva noche me camufla, de los demás paseantes,
y así, hallándome pensante en viajar, en sideral nave,
aterrizó, después de considerables pársec, en
tu venus monte, tan adelante.
Una vez más, regreso sólo a la pensión dónde
tumbado en el humilde catre, no puedo dejar de
soñarte, hasta del sueño que sé que sólo es sueño,
estoy celoso de humedades. Acaba de salir el sol,
el primer rayo me entibia la cara; despierto y…
hasta mi alma esta húmeda, rociada la flor nocturna,
de insondables tormentas de calmas banales.
Deambulo los lugares califantes, vestidos de
gasas y miriñaques, hoy soy deslumbrado por
esa oscuridad radiante; con el transcurrir de
las horas, farolillos rojos, verdes y amarillos
intentan pintar el único lienzo oscuro.
Al fin, en la dichosa centenaria puerta,
esta noche, vendiendo sueños a los
posibles, ansiosos y libidinosos soñantes,
vendes de todo… hasta mi flor nocturna,
de monte de planeta tan distante.
Una gota de cristal líquido, al humus de
botas errantes cae, pero…
¡de pronto advierto!, que no esta lloviendo,
y noto las ardientes lagrimas, coquetas
ansían salir para mojar la dicha de habitar
en tu semblante.
Cuando secos me se me quedan los ojos,
no el alma… resuelvo desandar el camino,
hasta la pensión del olvido albarino; y así,
locamente dan vueltas las aparentes inmóviles
manecillas de encapsulado tiempo.
Como aquel marino, me dirijo al puerto,
como él, busco el más veloz viento,
y de improvisado velero,
surge el más atroz miedo, de olvidos
vestidos de tu constante recuerdo.