Voz femenina

Voz masculina

El proyecto nuevo Ícaro

Primer punto, del capítulo La Ciudad De Las Estrellas

Visión en las Ruinas:

El aire húmedo y cargado de misterio se adhería a la piel de Jon mientras avanzaba entre las ruinas de Angkor Wat. Cada paso resonaba con un eco tenue en el silencio del lugar, un silencio que, aunque no absoluto, estaba lleno de pequeños sonidos inquietantes: ramas que crujían sin viento, hojas que parecían susurrar entre sí y un murmullo casi imperceptible que emanaba de las piedras mismas. Por momentos, los susurros se intensificaban, como si las ruinas intentaran hablarle, atraerlo hacia algo más profundo e invisible.
El sol, apenas un espectro bajo en el horizonte, luchaba por atravesar una espesa capa de nubes que parecía sellar el lugar en penumbra. La luz, difusa y pálida, confería al entorno una atmósfera etérea, como si la realidad estuviera suspendida entre el mundo físico y algo más allá. Jon no podía evitar sentirse como un intruso, alguien que había invadido un lugar que no le pertenecía. Había algo sagrado en esas ruinas, una sensación intangible de que aquel lugar no estaba destinado a los vivos, o al menos no a los que no supieran escuchar.
Un zumbido persistente en su oído izquierdo lo sacó de sus pensamientos. Al principio lo ignoró, pensando que era el eco de su propia respiración en aquel entorno extraño. Pero el zumbido creció, instalándose en su mente con una presencia insistente. Intentó concentrarse en la solidez de los alrededores, pero todo parecía conspirar contra él: los muros grabados con historias milenarias, el musgo extendiéndose como una plaga verde y, sobre todo, la sensación de ser observado. Los ojos de las figuras talladas en las piedras parecían seguirlo, juzgándolo en su silencio inquebrantable.
Bajo sus pies, un temblor casi imperceptible vibraba en la tierra. Cada paso lo acercaba más a una inquietud que no podía explicar. Una piedra, más grande que las demás y tallada con un símbolo que no reconocía, captó su atención. Estaba cubierta de musgo, pero el grabado parecía reciente, como si hubiera sido marcado con herramientas modernas en lugar de ancestrales. Una figura circular, con líneas entrelazadas, parecía moverse bajo la tenue luz. El zumbido en su oído aumentó, y con él, una extraña opresión en el pecho.
De repente, los sonidos del entorno, incluso los susurros, cesaron de golpe. El silencio que lo rodeaba ahora era absoluto y aplastante, como si el tiempo mismo hubiera dejado de fluir. Jon se detuvo, tratando de ordenar su mente. Había algo antinatural en todo aquello, algo que no lograba definir, pero que lo mantenía alerta, como si estuviera al borde de un descubrimiento que no estaba seguro de querer hacer.
Cerró los ojos, intentando recuperar la calma, pero en la oscuridad de su mente algo nuevo emergió. Un recuerdo infantil invadió sus pensamientos: aquel sueño recurrente que tenía cuando era niño, un sueño donde caía hacia un abismo infinito, un caos de luces y sombras que nunca lograba entender. Siempre despertaba antes de tocar fondo, temblando y con el corazón latiendo como un tambor. Pero esta vez era diferente. No era un sueño. El abismo estaba allí, frente a él.
La piedra que había visto parecía formar parte de la visión: las líneas entrelazadas se extendían, transformándose en un patrón infinito que se confundía con el vacío. Un vacío oscuro y pulsante, un espacio que parecía extenderse eternamente. Pero no era solo una imagen. Jon lo sentía como si una parte de su ser estuviera siendo desgarrada, arrancada sin piedad. Había dedicado su vida a la ciencia, tratando de encontrar respuestas en el cosmos, pero esta experiencia lo hacía cuestionar todo. No era solo miedo lo que lo invadía; era una certeza desgarradora de que algo en su vida estaba incompleto, que había estado ignorando una verdad fundamental.
La visión comenzó a intensificarse: luces parpadeantes, como estrellas muriendo, surgían del vacío. Un sonido sordo y profundo, como un latido gigantesco, resonaba en la distancia. Era un eco que no solo escuchaba, sino que también sentía en su pecho. La conexión con el cosmos, que tantas veces había estudiado desde la frialdad de las matemáticas y las fórmulas, ahora parecía viva, reclamándolo.
Los libros, las fórmulas y los cálculos eran inútiles frente a aquel abismo, porque lo que sentía no podía explicarse con las herramientas del conocimiento que había cultivado durante años. El vacío parecía llamarlo, como si le pidiera que diera un paso más allá, hacia lo desconocido.
Cuando la visión desapareció, Jon cayó de rodillas, con el cuerpo temblando y la mente hecha un caos. La opresión en su pecho se disipó lentamente, pero dejó una sensación de vacío. Una pregunta se formó en su mente, clara y devastadora: «¿Y si todo lo que he conocido no es más que una sombra de algo más grande, algo que no puedo entender?».
Se quedó allí, en silencio, hasta que el entorno volvió a la normalidad, como si nada hubiera pasado. Pero Jon sabía que algo había cambiado dentro de él. Aquella visión no era un simple desvarío: era una puerta. Y aunque aún no sabía hacia dónde conducía, una parte de él estaba segura de que no podría ignorarla por mucho tiempo.

La llamada:

La grisácea luz de la mañana se filtraba entre las cortinas de su apartamento. Jon despertó con dificultad, sintiendo el peso de la resaca en su cuerpo. La noche anterior había sido una celebración caótica con sus compañeros de universidad, un tributo al fin de los años de sacrificio y esfuerzo académico. Sin embargo, incluso en la euforia de la fiesta, había sentido una inquietud persistente, una sombra intangible que no lograba sacudirse. Mientras se frotaba las sienes, tratando de aliviar el dolor, un pensamiento cruzó su mente: aquella visión en las ruinas seguía persiguiéndolo, como si no fuera solo un recuerdo, sino una advertencia.
El sonido del teléfono lo arrancó de su letargo. Con un gruñido, Jon se levantó y se acercó al aparato, un teléfono de carrusel vintage que había comprado en un arrebato de nostalgia. El timbre resonaba como un eco anacrónico, perturbador en la quietud del apartamento.
—¿Hola? —gruñó, con la voz áspera por el sueño y el alcohol.
—Buenos días, señor Reyes —respondió una voz masculina, con un acento peculiar y melódico.
Jon frunció el ceño, irritado por la llamada inesperada.
—Mire, no estoy interesado en…
—¡Espere, por favor! —interrumpió la voz, cargada de urgencia.
—¿Quién es? —preguntó Jon, alerta ahora, aunque todavía desconcertado.
—Mi nombre es Vicente Silbo García. Soy el director de un observatorio astronómico cerca de Angkor Wat. Tenemos un proyecto de máxima importancia, y creemos que usted puede ayudarnos.
Jon se dejó caer en una silla, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. La mención de Angkor Wat lo sacudió; acababa de regresar de ese lugar y todavía no había procesado del todo lo que le había sucedido allí.
—¿Qué clase de proyecto? —preguntó con cautela.
—No puedo ser específico por teléfono —respondió Vicente, tras una pausa que pareció interminable—. Pero lo que hemos descubierto podría cambiarlo todo.
La curiosidad de Jon se mezcló con una creciente incredulidad. ¿Quién era este hombre? ¿Cómo había conseguido su número? Y, más importante aún, qué relación podía tener con él y su reciente visita a Angkor Wat?
—¿Cómo obtuvieron mi contacto? —inquirió finalmente.
—Nuestra red de contactos es amplia, señor Reyes. Sabemos de su software de simulación de cúpulas celestes. Su trabajo es único, y necesitamos mentes brillantes para este proyecto.
La mención de su software lo tomó por sorpresa. Era algo que ni siquiera había desarrollado durante su etapa en la facultad de astrofísica, sino mucho antes, cuando tenía tan solo 15 años. Por entonces, ya cursaba ingeniería informática como un hobby, buscando algo que desafiara más su mente que el temario convencional de las clases. Había comenzado a programar el software casi por diversión, sin imaginar jamás que llegaría a ser útil, mucho menos trascendental. La idea de que alguien lo considerara relevante ahora lo desconcertó profundamente.
—Está bien —dijo finalmente, incapaz de resistir su creciente curiosidad—. ¿Qué debo hacer?
—Recibirá instrucciones detalladas por correo en los próximos días. Gracias por su tiempo, señor Reyes. Que tenga un buen día.
El clic de la desconexión dejó al chico con una extraña sensación de anticipación. Algo se había puesto en marcha, algo que sabía que cambiaría el curso de su vida, aunque aún no podía imaginar cómo.

El viaje:

Jon revisaba su correo compulsivamente. La ansiedad y la intriga lo mantenían al borde de la impaciencia. Dos semanas después de la llamada, recibió las instrucciones: un billete de avión reservado para la semana siguiente, la dirección del observatorio y un contacto en el aeropuerto. La sencillez del mensaje contrastaba con la magnitud que intuía en el proyecto. No había explicaciones ni detalles técnicos, solo la promesa de algo trascendental.
En el avión, las horas pasaban lentas. Desde la ventanilla, Jon observaba las estrellas, casi como un ritual. Había algo hipnótico en ellas, un recordatorio de la inmensidad del universo.
«¿Qué clase de descubrimiento me espera?, habrá exagerado mucho…?», iba pensando.
Intentó distraerse leyendo un artículo sobre ondas gravitacionales. Siempre le fascinó cómo el espacio-tiempo podía deformarse bajo la influencia de fenómenos catastróficos como la fusión de agujeros negros. Cerró el artículo al darse cuenta de que su mente no podía concentrarse.
«¿Será esto algo igual de revolucionario?», se preguntaba.

La llegada:

El calor y la humedad lo golpearon como un muro al salir del aeropuerto. El aire tenía un aroma terroso y húmedo, mezcla de vegetación y tierra mojada. Entre la multitud, distinguió a un hombre sosteniendo un cartel con su nombre.
—Señor Reyes Stan, bienvenido. Soy Maximilian Cox. El señor García me pidió que lo escoltara hasta el observatorio. Soy una especie de asesor técnico y, Bueno… también botánico aficionado —sonrió con una energía contagiosa.
Jon apenas asintió mientras cargaban su equipaje en un Hummer negro. Durante el trayecto, cruzaron aldeas que parecían congeladas en el tiempo. Las casas de madera sobre pilotes, los niños jugando descalzos y los adultos observando desde las sombras daban al lugar una sensación de intemporalidad.
—¿Por qué aquí? —preguntó Jon, rompiendo el silencio.
Maximilian lo miró a través del retrovisor.
—Algunas investigaciones necesitan aislamiento total, señor Reyes. Cuando vea lo que estamos haciendo, entenderá por qué.
Tras varias horas, llegaron a un edificio colonial deslucido por fuera. Jon frunció el ceño al verlo.
—¿Este es el observatorio? —preguntó, incrédulo.
—Espere a cruzar las puertas —respondió Maximilian con una sonrisa enigmática.
El interior era otra cosa: paneles metálicos cubrían las paredes, luces blancas iluminaban el espacio y equipos avanzados llenaban cada rincón. Destacaba un modelo tridimensional del sistema solar suspendido en el aire, en constante movimiento. Jon observó, fascinado, cómo las trayectorias de los planetas se ajustaban en tiempo real a causa de estar conectado a potentísimos servidores cuánticos.
—Impresionante, ¿verdad? —dijo una voz conocida detrás de él.
Vicente Silbo García lo saludó con una expresión seria, pero había emoción en su mirada.
—Señor Reyes, bienvenido. Lo que verá aquí podría cambiar nuestra comprensión del universo.
Jon lo siguió hasta una sala donde un enorme mapa celeste cubría la mesa principal. Las constelaciones, tanto antiguas como modernas, parecían superponerse con patrones que desafiaban la lógica.
—Esto no es solo un mapa, ¿verdad? —preguntó Jon.
—No —respondió Vicente—, es un mensaje. Creemos que puede contener las claves de algo que nuestra ciencia aún no puede comprender.
Jon pasó las yemas de los dedos por uno de los símbolos. Sintiendo una mezcla de inquietud y fascinación.
—Esto es… como una advertencia —murmuró.
Vicente asintió lentamente.
—Por eso necesitamos mentes como la suya, señor Reyes. Esto es solo el principio.
Jon supo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

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Autor

Pedro Alonso de la Iglesia

Nacido en A Coruña un 16 de diciembre de 1971. La primera enseñanza la realizaría en dos colegios de esa misma ciudad, Liceo La Paz (primero y segundo de párvulitos) y ASPACE (E.G.B.). En éste último, también formaría parte del equipo de deportes adaptados del centro. Durante las once temporadas que estuvo compitiendo en atletismo, en varias ocasiones es campeón nacional y consigue batir varios record’s de España en diferentes pruebas y años. En cinco ocasiones forma parte del combinado  nacional que nos representaría en mundiales, europeos y preolímpicos (en una de esas ocasiones también tuvo el honor de ser el abanderado). En 1996 consigue entrar en la relación que edita el CSD de deportistas de alto nivel/élite, y en 2001 vuelve a estar incluido en ella. Durante cinco años trabaja de diseñador gráfico para un estudio. En 2007 publica uno de sus poemas por primera vez, Mar De Nubes se llamaba la antología (de varios autores noveles) a nivel internacional. En 2014 ya consigue publicar su primer poemario en solitario, Cuando El Mar Ya No Se Mueve se titulaba. Éste Pastillas Para No Soñar es su primera novela. Es publicada en 2021 bajo el sello de Caligrama, que pertenece a Penguin Random House grupo editorial.

Pastillas Para No Soñar

Sinopsis

Un ingeniero informático introvertido, reflexivo y soñador. Una destacada periodista enamorada ciegamente del hijo de un mafioso italiano reconvertido en magnate farmacéutico. Una joven promesa del fútbol alejado de su familia desde muy temprana edad para perseguir su sueño. Tres personalidades completamente diferentes, todos ellos hijos de una feliz, pero curiosa pareja formada por un pediatra ruso y una enfermera argentina. Él Médico Sin Fronteras, ella madre, amiga y confidente de sus hijos. Un muchacho africano inteligente, vivaz y superviviente, que ha tenido que hacerse cargo desde muy pequeño de sus dos hermanos menores a raíz de la muerte de su madre. Las vidas de estos y otros personajes se irán entrecruzando a lo largo del tiempo para tejer una historia que oscilará entre el mundo real y el onírico…

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LOS SECRETOS

Este mítico grupo español comenzó su larga andadura en los albores de la movida madrileña. En 1978 nacía TOS. Los hermanos Urquijo, junto a algunos amigos, supieron abrirse pasó en una época de cambios a todos los niveles. Desde entonces, cómo dicen ellos mismos… «mucho ha llovido». Lo único que cambió en todos estos años, fue el nombre de la banda. Sin embargo, sus canciones siempre seguirían siendo una especie de poemas musicalizados.

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